
“vivir sin leer es peligroso, te obliga a creer en lo que te digan”
Mafalda. Quino
Cada LEA sobre las paredes fue una pulsión de vida, cada trazo de tiza fue un empeño que sugería una atención e intención de su hacedor, era una invitación impermanente que representaba una marca para vencer eso que nos doblegaba: el analfabetismo. Si en estos tiempos anduviera Ladislao por las calles podría ser considerado un “delincuente” y no un promotor de lectura. De seguro, lo hubieran hostigado con la imprudencia y mala educación que caracteriza a los policías que son dizque “amigos y protectores de la ciudadanía”. Maltrado como lo fueron los pioneros del grafiti en nuestras ciudades y cuya intolerancia por parte de la policía dejó una estela de muertes y lesionados en estos artistas callejeros que tan sólo intentaban dejar un mensaje perdurable “público” y artístico para sus habitantes.
Cuando vi por primera vez al señor LEA estaba escribiendo sobre las paredes de la antigua Colombiana de Tabaco, en aquel monumental edificio en la carrera 27 con calle 36 que ofrecía extensas paredes donde se hubiera podido escribir – según Ladislao- otra raya más al tigre de los santandereanos. Su figura alargada y elegante me recordaba al poeta Barba Jacob, su maletín de mano era parte de las carpetas que regalaba el gobierno a sus profesores y sus gafas delataban su pasión por la lectura.
Yo era un joven de apenas 16 o 18 años. Un tío me señaló al señor Ladislao que se encontraba imbuido en la tarea de escribir en la tenacidad de su propósito. Nos acercamos, mientras él terminaba de escribir su breve mensaje con tiza. Entablamos una breve conversación donde nos contó de su empecinada tarea de difundir el verbo leer. Ya ciertos intelectuales y periódicos locales habían resaltado su noble tarea. Al final de este transitorio encuentro nos ofreció una tiza que extrajo del bolsillo del saco para que escribiéramos el sencillo, pero significativo mensaje en nuestra travesía a pie por la ciudad.
Al escribir calle abajo la palabra “LEA”, la sensación fue sentirme un tanto clandestino, miraba con cierta angustia alrededor de las paredes que encontramos por la calle 36 hasta que la tiza llegó a su fin. Recordé la primera vez que sentí el peso de un acto clandestino pegando afiches “revolucionarios” en las noches por los alrededores de la UIS. Rememoro de aquellas jornadas la inocente pregunta que hice a mis tíos izquierdosos del porqué no se podían pegar los afiches en plena luz del día y entonces supe desde su relato, el peso violento de existir en un país bipolar, perdón, – bipartidista- y donde pensar diferente representaba ser enemigo del sistema que nos gobernaba bajo el desenfreno de la represión.
Ladislao intuía en su peregrinar que el siglo XX “problemático y febril” quería prolongar la ignorancia que, al poder, les resultaba un arma tan efectiva como la guerra. En los cafés de las ciudades donde descansaba para volver a iniciar su periplo, escuchaba el eco de un tango que pregonaba “Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor”.
La ignorancia, dicen sus cronistas, era su principal enemigo. Leer era el verbo que resumía su labor y resistencia. Consideraba la lectura como una herramienta pacifica para que los pueblos trabajadores del territorio se sacudieran de las violencias fratricidas. Al con – jugar el verbo leer la educación daría un paso firme para asumir la lectura -no tan sólo de los libros- para espantar los fantasmas brunos del pasado.
Eso motivaba la persistencia de “LadisLEO” -como lo llama el escritor Víctor Niño- para viajar y escribir desde esta consigna ligera y breve – como lo enunciaría Ítalo Calvino al final del siglo XX- escrito en la volátil letra Palmer en cada pared y lugar donde su cuerpo lo llevó. Empezó a expresarlo desde 1972 con dos amigos suyos y terminó con su muerte en el 2001; casi treinta años prologando en un muro infinito un dibujo efímero y poderoso.
Dice John F. Galindo escritor santandereano y promotor de lecto – escritura de Mincultura que “nunca hemos tenido una sociedad lectora” y continúa “por eso se hace necesario activar políticas públicas para allanar esta problemática”. Ahora que nos hemos sacudido del analfabetismo, no existen políticas claras de parte del poder local y nacional para impartir procesos de sensibilización eficaces extendidos a los territorios para estimular la práctica de la lectura y menos de la escritura.
Pertenezco como estudiante al programa “Relata” con la escritora y promotora de lectura Andrea Jaimes López y siento los beneficios de continuar aprendiendo a leer y a escribir. Desde esta plataforma de capacitación no formal, valoro el trabajo “interesado” de Ladislao Gutiérrez como un pionero de la promoción de la lectura en nuestro territorio desde una propuesta que aún hoy me parece innovadora al hacerlo sin temores en los espacios públicos.