Me encontré y conocí a Osma en la calle, en las tiendas y parques de la ciudad. He sido testigo de cómo la calle en esta ciudad es capaz de demoler a personas desde lo físico y mental de forma radical. Su postura en los encuentros en la mayoría de los casos era amistosa y gustaba de propiciar la conversación.
No sabemos si Osma estudio historia o filosofía, como tampoco si termino o no sus estudios. Una poeta que estudió el bachillerato con él en colegio Santander, me contaba que su presencia era impecable, su camisa planchada y metida dentro del pantalón, su peinado brillante y bien cuidado y como estudiante no había quién le ganara el primer puesto.
No todos los que solían encontrarlo lo recibían sin prejuicios, ya que su condición física era perturbadora por sus movimientos un tanto convulsos y su expresión corporal denotaba cierta marginalidad, pese a que su aseo personal no resultaba de ninguna manera molesto para nadie.
Quienes me conocen saben que soy y he sido un hombre de encuentros y diálogos en lugares como tiendas y espacios lúdicos como canchas, museos, salas de exposición, teatros y que suelo estar con “dizque” artistas hablando del tema que más me gusta: el devenir del arte, artistas locales y de otros ámbitos y lugares; como también comentarios y propuestas sobre la realización de los proyectos que solemos ejecutar al ganar las diferentes convocatorias.
De pronto, sin ser invitado llegaba Osma con su habitual sonrisa y maleta con los haberes y cuadernillos con sus escritos. Creo que con los artistas le iba bien: era escuchado, invitado a una que otra birra y compartir sus temas de interés que solían ser los de la literatura. Este era nuestro punto común de encuentro y en eso decidí colaborarle en lo que fuera posible.
En más de una ocasión lo convencí que participara en las convocatorias locales y departamentales con su trabajo poético y para ello le propiciaba la impresión de sus textos y requerimientos técnicos como grabar un CD, legajar todo en una carpeta y acompañarlo hasta el lugar de entrega. Lo hice hasta donde fue posible, ya que solía desaparecer del paisaje con una inusitada imprevisibilidad.
Alguna vez durante una pasantía teatral, le hicimos llegar sus escritos al poeta, dramaturgo y escritor cubano Atilio Caballero, quién le hizo una revisión de estilo, ortográfica y de contenido de forma gratuita y la sensación de Atilio era que su obra valía la pena como trabajo artístico.
Al comienzo de nuestros encuentros, me decía que su poemario quería llamarlo “la puerta del infierno” ídem a la famosa obra del escultor francés Auguste Rodin y que Osma conocía desde su investigación visual y conceptual. Le hice saber que no me gustaba ese título para su poemario y me dijo de manera confidencial que él había estado en las mismas puertas del infierno y comprendí que su vida no había sido fácil, sino más bien tormentosa y marginal.
Sin embargo, me sorprendía su vasta trayectoria como lector y sus elocuentes comentarios sobre autores y obras de la literatura universal donde resaltaban sus autores preferidos entre ellos Fernando Pessoa.
Alguna vez tuve un encuentro doloroso con Osma. Bajaba distraído por la calle 33 con 28 y detrás de un poste gris vi un libro tirado sobre la acera, era de Pessoa en portugués según alcance a leer en la carátula antes de encontrarme metros adelante con la figura descompuesta como un papel arrugado que se tira al piso, era Eduardo tirado sobre el cemento y totalmente ausente de su contexto. No quise molestarlo, ya que lo saludé y a cambio no recibí ninguna señal de haberme sentido y su mirada estaba ausente y alejada en su interior.
Después de sus prolongadas ausencias lo volví encontrar en el Teatro Coliseo Peralta, donde Jimmy lo recibió durante varias semanas y creo que alcanzaba a cumplir algunas labores de logística y otras funciones que le sirvieron para tener un “taller” para sus iniciativas literarias como leer, escribir y de reflexión.
Tiempo después lo volví a encontrar en el parque de Floridablanca. Lo celebré al intuir que el ambiente callejero de Florida era menos hostil que el de Bucaramanga. Allí hablamos, pero sentí un detrimento avanzado de su salud física sobretodo. Insistía en que se le regalara alguna agenda o cuadernillo, un lapicero y un morral para sus labores de escritura y andanzas por las calles.
Eduardo Osma es un ser humano que merece nuestro respeto y solidaridad en estos momentos en que su fragilidad y deterioro lo ha llevado a esta situación de crisis existencial y por eso asistiré a la Noche de poesía pro fondos para una posible rehabilitación física y mental de nuestro querido vate.
Walter Gómez Céspedes